Tal día como hoy de hace dos años estaba a estas horas saliendo de la anestesia, con unos cuantos gramos de hueso menos en el cuerpo, y en su lugar unos cuantos gramos de titanio (más).
Recuerdo haber leído por primera vez este poema de Ángel Rodríguez en una de las semanas previas en el suplemento "Babelia" de El País; luego lo leí y releí muy a menudo en los interminables días que siguieron a la operación, porque refleja muy bien lo que sientes cuando no puedes valerte por ti mismo y tu cerebro paga (porque no le queda más remedio) el peaje que le exige el cuerpo herido y restañado; todo ello mientras nadas (mal) entre unas aguas borrosas que te hacen percibir el mundo exterior desde una íntima, profunda, inevitable y continua sensación de desvalimiento. Es entonces, cuando dejas de sentir dolor físico, cuando te das cuenta de lo que llega a doler el alma.
Caída (Ángel Rodríguez)
Y me vuelvo a caer desde mí mismo
al vacío,
a la nada.
¡Qué pirueta!
¿Desciendo o vuelo?
No lo sé.
Recibo
el golpe de rigor, y me incorporo.
Me toco para ver si hubo gran daño,
mas no me encuentro.
Mi cuerpo ¿dónde está?
Me duele sólo el alma.
Nada grave.
Nada grave; los versos tiene razón, como casi siempre. Hace ya dos años de eso.
Una de las canciones que escuchaba más a menudo en los primeros días de inmovilidad es esta preciosa “Bea’s Song” de los Cowboy Junkies --os dejo con la cálida, suave y húmeda voz de Margo Timmins.
Que tengáis un buen día.
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jueves, 30 de octubre de 2008
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