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sábado, 30 de agosto de 2008

Spleen

Ya estamos de vuelta. Demasiado curro en la “vuelta al cole”, pero ya es viernes por la noche y me tumbo en silencio para volver la vista atrás y ver unos días maravillosos en este mes de agosto; y deseo con toda mi alma seguir viviendo esta vida; y recuerdo unas estrofas de Omar Jayyam que dicen así:

Que a esta vida la has vivido
piensa, como lo has querido:
¿Y después?

Imagínate, confiado,
que tu hora última ha llegado:
¿Y después?

Que cien años transcurrieron
y tu plena dicha vieron,
sin pesares, sin enojos,
y al colmo de tus antojos:
¿Y después?

Pídele a tu fantasía
cien años más todavía:
Los dioses que todo pueden
cien años más te conceden...
¿Y... después?


Me sumerjo en el silencio de la noche y en los sonidos de mi melancolía escuchando a dos reencarnaciones de algún Dios menor: Pollini al piano, y Abbado a la batuta. Es 1967, yo nacía por entonces, y estos dos monstruos regalaban esta versión del segundo movimiento del Emperador a los pocos privilegiados que estaban físicamente allí. Hoy el que lo ha colgado de youtube se lo regala al mundo, y yo a vosotros.

Encended una vela y apagad las demás luces.



Dentro de los cien años de la cuarteta, esta interpretación seguirá viva, como lo están los poemas de Jayyam (o lo que nos ha llegado de ellos) mil años después de que los escribiera.

Polvo eres y en polvo te convertirás. A veces, perdura algo más que el polvo.

No aspiro a la inmortalidad. Ni a que perdure mucho de mi: quizás un (buen) recuerdo que se enciende cuando se encienda una vela.

Feliz fin de semana.

domingo, 22 de junio de 2008

Revocar el mandato de ser (qué bien huele el aire de la noche)

Llevo currando lo que llevamos de fin de semana, y lo que me queda. Necesito aire, así que me voy a regalar a Claudio Abbado en su mejor momento (1982) al frente de la London Symphony Orchestra y de de ni más ni menos que de Jessye Norman (mezzo), Margaret Price (soprano), Josep Carreras (tenor) y Ruggero Raimondi (bajo), interpretando el "Offertorio" del Requiem de Verdi:



Subid el volumen sin miedo, cerrad los ojos e imaginad que estáis ahí, y flotad.


El DVD está descatalogado en España pero disponible en Amazon por si os lo queréis comprar.






Y de acompañamiento, poesía de la buena: qué bien (d)escribe este hombre.


ALARGABA LA MANO Y TE TOCABA… (Antonio Gala)

Alargaba la mano y te tocaba.
Te tocaba: rozaba tu frontera,
el suave sitio donde tú terminas,
sólo míos el aire y mi ternura.

Tú moras en lugares indecibles,
indescifrable mar, lejana luz
que no puede apresarse.

Te me escapabas, de cristal y aroma,
por el aire, que entraba y que salía,
dueño de ti por dentro. Y yo quedaba fuera,
en el dintel de siempre, prisionero de la celda exterior.

La libertad hubiera sido herir tu pensamiento,
trasponer el umbral de tu mirada, ser tú, ser tú de otra manera.
Abrirte, como una flor, la infancia , y aspirar su esencia y devorarla.
Hacer comunes humo y piedra.

Revocar el mandato de ser. Entrar.
Entrarnos uno en el otro.
Trasponer los últimos límites.
Reunirnos...

Alargaba la mano y te tocaba.
Tú mirabas la luz y la gavilla.
Eras luz y gavilla, plenitud
en ti misma, rotunda como el mundo.

Caricias no valían, ni cuchillos,
ni cálidas mareas. Tú, allí, a solas,
sonriente, apartada, eterna tú.
Y yo, eterno, apartado, sonriente,
remitiéndote pactos inservibles, alianzas de cera.

Todo estuvo de nuestra parte, pero
cuál era nuestra parte, el punto
de coincidencia, el tacto
que pudo ser llamado sólo nuestro.

Una voz, en la calle, llama y otra
le responde. Dos manos se entrelazan.
Uno en otro, los labios se acomodan;
los cuerpos se acomodan. Abril, clásico,
se abate, emperador de los encuentros.

¿Esto era amor? La soledad no sabe qué responder: persiste, tiembla, anhela destruirse.
Impaciente se derrama en las manos ofrecidas.
Una voz en la calle....Cuánto olor,cuánto escenario para nada. Miro
tus ojos. Yo miro los ojos tuyos; tú, los míos: ¿esto se llama amor?

Permanecemos. Sí, permanecemos
no indiferentes, pero diferentes. Somos tú y yo: los dos, desde la orilla
de la corriente, solos, desvalidos, la piel alzada como un muro, solos
tú y yo, sin fuerza ya, sin esperanza.

Idénticos en todo,
sólo en amor distintos.
La tristeza, sedosa, nos envuelve
como una niebla: ése es el lazo único;
ésa la patria en que nos encontramos.

Por fin te identifico con mis huesos
en el candor de la desesperanza.
Aquí estamos nosotros: desvaídos
los dos, borrados, más difíciles,
a punto de no ser....¿Amor es esto?

¿Acaso amor es esta no existencia de tanto ser?
¿Es este desvivirse por vivir?
Ya desangrado de mí, ya inmóvil en ti, ya alterado, el recuerdo se reanuda.
Se reanuda la inútil existencia...
Y alargaba la mano y te tocaba.





Mucho mejor ahora, qué bien huele el aire de la noche; ójala os sintáis la mitad de bien que yo.

Buen fin de semana a todos.

viernes, 13 de junio de 2008

Machuca (no soy mejor que nadie)



Esta película se inicia en el Chile de Allende y concluye en el de Pinochet, y su hilo conductor son dos niños, Gonzalo Infante y Pedro Machuca. Gonzalo es un “niño bien” de tez muy blanca, y Machuca es un chabolista de tez oscura; el primero vive en barrios altos, y el segundo en una favela, separados por la distancia que recorren una y otra vez a lo largo de la película en la bicicleta del primero.

Machuca y Gonzalo comparten clase porque el director de un elitista colegio religioso impulsa un sistema de becas con la idea de abrir la escuela a los menos favorecidos. A través de la mirada de ambos niños, la película pretende ser un retrato de la sociedad chilena al final del gobierno de Salvador Allende.

La película cae algo en el estereotipo, y simplifica en exceso a nivel de diálogos, pero tiene la virtud de enlazar las historias de los niños con la lucha de clases que representan, y a la vez trazar líneas paralelas entre ambos mundos de manera magistral. Y, ante todo, rebosa sinceridad y una estética visual admirable.

De la mano de Machuca, Gonzalo descubre el mundo desconocido de la solidaridad entre iguales, de la desigualdad y de la pobreza. De la mano de Gonzalo, Machuca descubre los tebeos del “Llanero Solitario”, las deportivas de marca y los guateques de los ricos.

Y ambos se asoman al sexo de la mano de la prima del segundo en una escena memorable que os cuelgo.



Y los dos niños primero, y los tres después se harán inseparables y venderán por cuenta del tío de Machuca banderas y distintivos pro-Pinochet a unos y pro-Allende a los otros, saltando de uno a otro lado del muro. Durante un instante, parece incluso que el muro se desvanece y ambos mundos pueden convivir.

Pero el golpe de Pinochet vuelve a hacer visible la muralla, y nos lleva a la escena previa al trágico desenlace final, en la que asistimos a la escena en que Machuca y su prima le cogen la bicicleta a Gonzalo, medio en serio medio en broma, y el tono de la conversación va subiendo hasta que Gonzalo cree que no se la van a devolver. Es entonces cuando sale el monstruo que lleva (que llevamos todos) dentro y cuando les grita transfigurado por la ira: ¡Ladrones! ¡Rojos! ¡Hijos de Puta!

Tremenda escena, muy parecida a la escena final de otra gran película, "La lengua de las mariposas"; se te hiela (se me heló) la sangre. Luego viene el golpe militar y la vuelta a la baja Edad Media, peor resuelta esta parte final a mi entender.

Con sus virtudes y sus defectos, me ha parecido una gran película, ya lo he dicho.

Cuando nuestro Pinochet dió su golpe de estado, mis padres no habían nacido, y cuando murió en la cama yo tenía siete años, mi único recuerdo es que tuve muchos días de vacaciones. Así que se puede decir que no sé lo que es vivir bajo la dictadura, ni en un clima de guerra civil. Ni ganas. Por otro lado, cuando vives del lado bueno del muro (como era y es mi caso), lo más normal es o que no te enteres; o que no quieras enterarte.

No somos mejores que nadie por tener ésto o aquello; o por llegar a ser fulanito o menganito. Oigo a mi alrededor: "fíjate, fulanito, dónde ha llegado". Y yo creo que eso ("llegar") no tiene (en sí) ningún mérito. Lo que importa es lo que haces y lo que te vas dejando por el camino; vamos decidiendo a cada instante en la medida en que podemos decidir, y en lo demás nos lleva el río de la vida que nos ha tocado.

Lo que tiene mérito es lo que hacen las personas a que me refiero con la etiqueta de "Mis héroes", como Ilse Weber (de la que hablamos hace unos días) -y otros de los que os hablaré. O los millones de héroes anónimos que no buscan el poseer, sino el dar. No somos mejores (en sí, intrínsecamente) que nadie. Y si lo somos, no es por lo que somos ni por lo que conseguimos o poseemos, sino por lo que damos; pero claro, el que da a menudo no se cree mejor que los demás. Y muchos de nosotros, o por lo menos yo, en alguna ocasión nos hemos creído, nos creemos, mejores que los demás. Luchamos contra ello, pero de tanto en cuanto nos sale la bestia que llevamos dentro. Por eso, para mantener a la bestia apaciguada, debemos repetirlo una y otra vez: no soy mejor que nadie, no soy mejor que nadie…

Os regalo dos joyas. Una, la Filarmónica de Berlín interpretando el Alegretto de la séptima de Beethoven:




Al frente de la orquesta, ese auténtico pedazo de historia de la música que es Claudio Abbado - a ver si puedo verle algún día en directo. Otro día hablaremos de él.

Y dos, una maravilla de poema que habla de las consecuencias de elegir.

CUANDO TÚ ME ELEGISTE - Pedro Salinas

Cuando tú me elegiste
-el amor eligió-
salí del gran anónimo
de todos, de la nada.
Hasta entonces
nunca era yo más alto
que las sierras del mundo.

Nunca bajé más hondo
de las profundidades
máximas señaladas
en las cartas marinas.
Y mi alegría estaba
triste, como lo están
esos relojes chicos,
sin brazo en que ceñirse
y sin cuerda, parados.

Pero al decirme: “tú”
a mí, sí, a mí, entre todos-,
más alto ya que estrellas
o corales estuve.
Y mi gozo
se echó a rodar, prendido
a tu ser, en tu pulso.

Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Viví, vivo. ¿Hasta cuándo?
Sé que te volverás
atrás. Cuando te vayas
retornaré a ese sordo
mundo, sin diferencias,
del gramo, de la gota,
en el agua, en el peso.

Uno más seré yo
al tenerte de menos.
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.

Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.



Lo que se puede llegar a hacer con menos de treinta letras si se juntan adecuadamente, ¿verdad?

Que tengáis un buen día.