Mostrando entradas con la etiqueta Pedro Salinas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pedro Salinas. Mostrar todas las entradas

martes, 8 de diciembre de 2009

Divagaciones y desvaríos de un martes festivo cualquiera

Conforme pasan los años, me reafirmo en una convicción antigua que empezó siendo una intuición, y es que la única búsqueda que tiene sentido es la de la verdad. Le ponemos muchos nombres (yo, Dios, dios, alma, sentido de la vida), pero al final es todo lo mismo, quieras o no acabas allí. Recuerdo leer cada día el versículo del Evangelio de Juan en aquel arco del colegio al que íbamos el año que vivimos en Madrid, aquel en que un día como hoy un descerebrado mataba a John Lennon; la inscripción en el arco decía "La verdad os hará libres (Juan 8:32)"; imagino que os es familiar a los que habéis ido a un colegio de curas o monjas.

Luego, al leer en el Evangelio el versículo completo ('Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres'), me pareció que la cita aislada era falaz porque el Evangelio no se refiere a la verdad mas que como un sinónimo de una determinada doctrina y un antónimo de las demás. Empezaba a descubrir los tonos grises, unos más blancos que negros y otros más negros que blancos.

Pero poco más tarde, en el mismo colegio nos leyeron una frase de Unamuno que venía a decir que la verdad es la única necesidad incondicional del hombre. Han pasado casi treinta años, y siempre vuelvo a esa idea, a esa búsqueda de mi verdad, de mis verdades; de la misma manera que siempre vuelvo a Salinas -- hoy me he tropezado con estos maravillosos versos:

Aún tengo en el oído
tu voz, cuando me dijo:
"No te vayas". Y ellas,
tus tres palabras últimas,
van hablando conmigo
sin cesar, me contestan

a lo que preguntó
mi vida el primer día.


Impresionante final ("..., me contestan a lo que preguntó mi vida el primer día"), ¿verdad?. Preguntar a la vida, y dejar que la vida nos pregunte.

Supongo que van por ahí los tiros: amoldar la inteligencia a los sentimientos, y el conjunto a la realidad y no a los propios intereses. No está mal como reto a modo de punto de partida; en ello estamos, de so estoy seguro, aunque no sé muy bien en qué parte del ciclo - tampoco me preocupa demasiado, la verdad. Supongo que esa idea de los ciclos es lo que también justifica que siempre vuelva a Bach -- hace una hora que me he cruzado con esta grabación y todavía no me lo creo, es la sonata para violín y clave BWV 1017 tocada por Gould y Menuhin. MadreDioss, cómo suenan !!!!!

Si no conocéis la sonata, atentos a las tres voces (una es el violín, una es la mano izquierda y otra el la mano derecha del clave/piano) y al contrapunto.

Al final, va a resultar que Dios existe. Estaría bien.











Que tengáis un buen día.

lunes, 29 de junio de 2009

Zumbidos y silencios



Insensible, insensata y descolorida - por falsa - locura, la del lunes. Frenesí de canales de comunicación ineficientes, receptores de información que desdeñan al emisor, emisores que desdeñan al receptor. Ruido de sables, patadas por debajo de la mesa y de fondo zumbidos de abejas, muchas obreras y algunos zánganos, todos buscando a la Reina - demasiado ocupados para darse cuenta de lo inútil de su vuelo frenético: porque hace tiempo que murió.

Por eso los soldados se pelean hasta en sueños. Por eso hay tantas bocas llenas de miel, y tan pocos trazos de ilusión.

Luego, cae la noche y sales del panal. Vuelvo al silencio, y con él a los sonidos que me hacen feliz; los latidos de mis pequeños seres queridos; los roces de sus manos; o, mientras duermen, este pedazo de interpretación que hace Hilary Hahn de la segunda sonata para violín de Bach.











Es impresionante cómo toca esta mujer; tanto como la poesía de Salinas.

QUE SE APAGUEN LAS LUMBRES - Pedro Salinas

¡Que se apaguen las lumbres,
que se paren los labios,
que las voces no digan
ya más: «Te quiero» ¡Que
un gran silencio reine,
una quietud redonda,
y se evite el desastre
que unos labios buscándose
traerían a esta suma
de aciertos que es la tierra!

Que apenas la mirada,
lo que hay más inocente
en el cuerpo del hombre,
se quede conservándole
al amor su futuro,
en esa leve estrella
que los ojos albergan
y que por ser tan pura
no puede romper nada.

Tan débil está el mundo
-cendales o cristales- que
hay que moverse en él
como en las ilusiones,
donde un amor se puede
morir si hacemos ruido.

Sólo
una trémula espera,
un respirar secreto,
una fe sin señales,
van a poder salvar
hoy,
la gran fragilidad
de este mundo.

Y la nuestra.



Que durmáis bien. Y que tengáis un buen día mañana.

jueves, 14 de mayo de 2009

Contrastes

Hoy tengo dos regalos para vosotros. El primero, un larguísimo pero extraordinario (a veces no es incompatible) poema de líneas sombrías que he descubierto hoy; leo que lo escribió Pedro Salinas en 1947 a raíz del exterminio causado por la bomba atómica, y me tiene maravillado.

Contrasta con el segundo, esta extraordinaria (y mucho más familiar) grabación que deja a las claras que Jacqueline du Pré tocaba como casi nadie en general el cello y como nadie el Concierto para violín de Elgar.





CERO - Pedro Salinas

I

Invitación al llanto. Esto es un llanto,
ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,
obra del hombre—, un cero, cuando estalla.
Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la Tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría. Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la Tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante, ¿quién
le tiene lástima? Lástima
de una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada.
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
La azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?
Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.
Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.
Él era un niño —allá atrás—
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal. Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo. Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retazos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.

Mientras,
detrás de tanta blancura
en la Tierra —no era mapa—
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.

II

Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
del ser. ¡Ahogado coro de inminencias!
Heráldicas palabras voladoras
—«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»— nuncios de dichas
colman el aire, lo vuelven promesa.
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo? Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿ Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.
Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa. Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.
Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calixto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.
¿Y esa mano —¿de quién?—, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que buscas en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?
¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!
¡Qué cadáver ingrávido: una mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
¡Y muertas!

III

¿Se puede hacer más daño, allí en la Tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede. Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.
¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.
Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas de alba cruzan por los santos
incorpóreos, no hieren, les traen vida
de colores. La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.
Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan. A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.
Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa. Cuando rueda
el mundo, tesorero, va sumando
—en cada vuelta gana una hermosura—
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida? Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, Tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.
¿Flor? Flores. ¡Qué sinfín de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la Tierra amanecerse
se siente más feliz. La luz que llega
a estrecharle las obras que este día
la acrece su plural. ¡Es más diversa!

IV

El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.
Por el escombro busco yo a mis muertos;
más me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve: lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la Tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho. Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
—ruleta son las horas y los días—:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos
mármol, que flota porque vista de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.

V

¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.
Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leucipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó. Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.
Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas del ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero.)
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas,
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo sólo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
—inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?—,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.


Impresionante. Es un auténtico manual de literatura, ¿verdad?

No se me ocurre mucho más que decir - salvo desearos como siempre que tengáis un buen día.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Querer, saber (lo innombrable)

Paciencia es todo lo que hay que tener para relajarse mientras esperas que pasen los 40 primeros segundos de esta grabación, que son los que tarda en sonar el cello de Mischa Maisky.




La semana que viene hará diez años que dije en voz alta: “SI, QUIERO”, saliendo así del gran anónimo. Mientras suena el cello de Maisky, pienso en el rasgo diferencial de este contrato tan atípico que es el matrimonio, y solamente se me ocurre que es el compromiso. Se parece a otros contratos de convivencia en que además hace falta paciencia para regar la planta con gestos, miradas, palabras y caricias – y también libertad, y mucha ilusión en hacerlo. Pero exige ese plus al que voy a llamar compromiso porque no soy capaz de encontrar una palabra mejor para definir ese estado del ánimo que te hace sentir que "sabes", que "comprendes" lo innombrable, y que te hace querer repetir "si, quiero", porque quieres. Se me antoja que lo demás viene antes, o después, porque bien es causa, bien consecuencia de ese compromiso.

También exige (a semejanza de otros contratos de convivencia que, al menos en abstracto, no son ni mejores ni peores) hambre de vida, y de música, y claro está, de poesía - como ésta que te dedico, que me dedico, que nos dedico.


POESÍA – Pedro Salinas

¿Tú sabes lo que eres
de mí?
¿Sabes tú el nombre?
No es
el que todos te llaman,
esa palabra usada
que se dicen las gentes,
si besan o se quieren,
porque ya se lo han dicho
otros que se besaron.

Yo no lo sé, lo digo,
se me asoma a los labios
como una aurora virgen
de la que no soy dueño.
Tú tampoco lo sabes,
lo oyes. Y lo recibe
tu oído igual que el silencio
que nos llega hasta el alma,
sin saber de qué ausencias
de ruidos está hecho.

¿Son letras, son sonidos?
Es mucho más antiguo.
Lengua de paraíso,
sanes primeros, vírgenes
tanteos de los labios,
cuando, antes de los números,
en el aire del mundo
se estrenaban los nombres
de los gozos primeros.

Que se olvidaban luego
para llamarlo todo
de otro modo al hacerlo
otra vez nuevo son
para el júbilo nuevo.
En ese paraíso
de los tiempos del alma,
allí, en el más antiguo,
es donde está tu nombre.

Y aunque yo te lo llamo
en mi vida, a tu vida,
con mi boca, a tu oído,
en esta realidad,
como él no deja huella
en memoria ni en signo,
y apenas lo percibes,
nítido y momentáneo,
a su cielo se vuelve
todo alado de olvido,
dicho parece en sueños,
sólo en sueños oído.

Y así, lo que tú quieres,
cuando yo te lo diga
no podrá serlo nadie,
nadie podrá decírtelo.
Porque ni tú ni yo
conocemos su nombre
que sobre mi desciende,
pasajero de labios,
huésped
fugaz de los oídos
cuando desde mi alma
lo sientes en la tuya,
sin poderlo aprender,
sin saberlo yo mismo.



Hoy sigo diciendo SI, QUIERO. Hoy sigo diciendo: t’estim. Que (nos) dure.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Aquí (tu sueño era mi sueño)

Suenan Ali Farka Toure y Ry Cooder, le tengo mucho cariño a este disco y en especial a esta canción.




Y también a este poema.

AQUÍ - Pedro Salinas

Aquí
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes
estoy al borde mismo
de tu sueño. Si diera
un paso más, caería
en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal. Me sube
el calor de tu sueño
hasta el rostro. Tu hálito
te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve
me entrega ese tesoro
exactamente: el ritmo
de tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser
invulnerable. Busco
tu sueño. Con mi alma
doblada sobre ti
las miradas recorren,
traslúcida, tu carne
y apartan dulcemente
las señas corporales,
para ver si hallan detrás
las formas de tu sueño.
No la encuentran. Y entonces
pienso en tu sueño. Quiero
descifrarlo. Las cifras
no sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto
silencio de la noche,
un soñar mío empieza
al borde de tu cuerpo;
en él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
hacíamos lo mismo.
No había que buscar:
tu sueño era mi sueño.



Que tengáis una buena semana

sábado, 6 de septiembre de 2008

Posos

Así tocaba György Cziffra a la edad de 13 años. Era 1934.



Cziffra había nacido nació en 1921 una familia de gitanos húngaros. Su padre tocaba en cabarés y restaurantes, y procuró muy pronto convertirlo en un "niño prodigio". A los nueve años ingresó en la Academia Franz Liszt de Budapest, y pronto realizaba sus primeras giras de conciertos. Los compositores que tocaba preferentemente eran, principalmente con motivo de su excelente técnica, Franz Liszt, Frédéric Chopin y Robert Schumann.

La primera versión de las polonesas de Chopin que recuerdo haber escuchado es la suya, grabada con el sello Philips. No la han remasterizado, así que conservo como una joya heredada el vinilo comprado por mis padres en 1966 previo desembolso de 300 pesetas: suma que imagino enorme, porque el precio consta escrito a mano junto a la fecha en el margen superior de la contraportada.

Recuerdo perfectamente la impresión que me producía el ritual mágico de poner un disco en el salón de casa: levantar la palanca del giradiscos, sujetar el disco por los cantos ("nunca pongas los dedos en los surcos"), cuadrar el disco y darle a la palanca hasta la posición "automatic" para ver como mágicamente se deslizaba el disco por el alma y luego se posaba milagrosamente la aguja en ese espacio diminuto previo a los microsurcos. Recuerdos, cosas que quedan.

Si queréis conocer las virtudes de este gran pianista, podéis acudir a un álbum publicado hace unos años por EMI bajo el título de "Les Introuvables de Cziffra", donde se recuperan sus grabaciones realizadas del 57 al 81.



Los críticos malvados le tachaban de "pianista de disco"; venían a decir que en directo perdía. Yo no llegué a escucharle, pero las grabaciones de sus conciertos vienen a confirmar que detrás de muchos críticas se esconde una frustración y que la envidia no es pecado privativo de ninguna nacionalidad. Para muestra un botón:



Pero no todo fueron vino y rosas en la vida de nuestro héroe de hoy. Con dieciocho años cumplidos, y con todas las puertas abiertas para ser un concertista internacional, estalló la segunda guerra mundial. Fue así movilizado y pasó cuatro años en el frente y un año más detenido en un campo como prisionero de guerra.

Acabada la guerra, se topó con el veto del nuevo dominador, y durante unos años tuvo que ganarse la vida como pianista de jazz en bares y clubes nocturnos. Su intento de escapar de una Hungría dominada por la Unión Soviética le llevó a pasar tres años en campos de trabajo (1950-1953).

Cuatro años en un campo de trabajo. Luego perdió a su único hijo en un accidente, sobreviviéndole una década. Recuerdo haber leído una entrevista en la que le preguntaba por el sentido de su vida, a lo que respondía algo así como que el sentido de su vida es la música, porque era lo único que le había quedado en demasiadas ocasiones.

En un par de ocasiones he tenido la sensación de la muerte inminente: la segunda de ellas, cerré los ojos y se activó la tecla del "play" de mi cerebro; no me acuerdo qué sonó, pero aquella música que debe estar con otras en las partes aparentemente anestesiadas de mi cerebro, me tranquilizó y me dió serenidad para cruzar la puerta que creía se abría ante mi. Como es de ver, resultó que no era mi día; pero a posteriori, siempre me ha asombrado esa reacción que tuve de...¿supervivencia?


Me gusta lo que dice su mirada en la foto que os he colgado; aunque no sé muy bien lo que es.



Huelga decir que a mi también me redime la música. Y todo aquello que nos sobrevive, esas cosas que quedan cuando ya no estamos aquí, esos posos que quedan en el fondo de la taza. Y la poesía, por ejemplo este poema de Salinas.

HORIZONTAL, SÍ, TE QUIERO

Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de la cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día - ya tan cansado
de estar con su luz, derecho -
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el transamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tú y yo, de nosotros mismos.


Que tengáis un buen fin de semana.

domingo, 29 de junio de 2008

70 céntimos (y 21 gramos)

Domingo, ha sido un buen día. Pocas cosas suenan tan maravillosamente bien como Billie Holiday cuando canta "Gloomy Sunday" (domingo sombrío). Salvo, supongo, si eres Billie Holiday.

Esa mujer a la que Lester Young puso el apodo de "Lady Day". Esa mujer que cantó como una Diosa, y acaso lo intuyó; con esa voz suya, limitada, octava y media acaso, pero emotiva y desgarradora. Esa mentirosa crónica como todos los alcohólicos, y a la que gustaba decir: "Yo he vivido canciones como esa". Esa mujer que fue abandonada por su padre antes del año, violada antes de los once, consumidora habitual de marihuana antes de los trece, prostituta antes de los quince, bisexual, adicta a la heroina desde los veintipocos, encarcelada varias veces y muerta de cirrosis hepática. Esa mujer que, con el cuerpo asaetado por los picos y setenta centavos de dólar en el banco, a los 44 años de edad se fue al cielo.

Hoy decía en voz alta que no me cambio por nadie. Es difícil encontrar un nexo causal entre felicidad y casi cualquier cosa, casi igual de difícil que encontrar una explicación al mal. A que la vida sea tan fácil para algunos, y tan difícil para otros. Salvo la predeterminación o la vida anterior a ésta, pero no son cosas en la que crea.

Es menos difícil dar y encontrar pistas. La búsqueda de libertad, por ejemplo. Por eso un adicto no puede ser feliz mientras siga enganchado, aunque lo intente aparentar. Por eso Billie Holiday cantaba así.



Antes de que acabe la semana, querría regalaros esta preciosidad de poema de Salinas - me gusta en especial el último verso cuando dice lo de "me vive otro ser de la no muerte".

QUÉ ALEGRÍA VIVIR (Pedro Salinas)

Qué alegría vivir sintiéndote vivido.
Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos
me está viviendo.

Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad transmisible es que camino
sin mis pasos, con otros
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, habo.

Que hay otro ser, por el que miro el mundo,
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y sé que también me quiere con su voz.

La vida - ¡qué transporte ya! -, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.

Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.

Y todo enajenado podrá el cuerpo descansar, quieto,
muerto ya. Morirse en la alta confianza
de que este vivir mío no era solo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser de la no muerte.



Que tengáis una buena semana.

viernes, 27 de junio de 2008

El Mar y su Agua



Señoras y señores, con todos ustedes David Oistrach y Yehudi Menuhin en la mejor interpretación que se ha hecho del doble concierto de don Juan Sebastián Bach.

El que ha colgado la grabación del youtube no ha dividido el concierto por movimientos sino que ha partido el segundo por la mitad y han colgado dos videos de 9 minutos; aún a pesar del coitus interruptus, es de ver que el segundo movimiento es sencillamente celestial, sublime, brutal, inhumano; pero mejor no sigo, callo y dejo hablar a los violines, que hablan (cada uno de ellos y entre sí, fijaos, fijaos sobre todo como hablan entre sí) mejor, mucho mejor que yo.







El verso de hoy está dedicado a la mujer que amo. Llevamos más de diez años paseando juntos por la vida, no sé quién de los dos es el mar y quién el agua. Lo único que sé es que somos mar y agua.

AHORA TE QUIERO (Pedro Salinas)

Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.

¡Qué frenesíes, quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen! Un tropel
de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.

Pero detrás de sus flancos
está soñándose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir, de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un quererse quieto, quieto.

Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esta hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signo, sin movimiento.

Amor tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.

Tan cierto de no morir,
como está el gran amor de los muertos.



Buen fin de semana a todos.

viernes, 13 de junio de 2008

Machuca (no soy mejor que nadie)



Esta película se inicia en el Chile de Allende y concluye en el de Pinochet, y su hilo conductor son dos niños, Gonzalo Infante y Pedro Machuca. Gonzalo es un “niño bien” de tez muy blanca, y Machuca es un chabolista de tez oscura; el primero vive en barrios altos, y el segundo en una favela, separados por la distancia que recorren una y otra vez a lo largo de la película en la bicicleta del primero.

Machuca y Gonzalo comparten clase porque el director de un elitista colegio religioso impulsa un sistema de becas con la idea de abrir la escuela a los menos favorecidos. A través de la mirada de ambos niños, la película pretende ser un retrato de la sociedad chilena al final del gobierno de Salvador Allende.

La película cae algo en el estereotipo, y simplifica en exceso a nivel de diálogos, pero tiene la virtud de enlazar las historias de los niños con la lucha de clases que representan, y a la vez trazar líneas paralelas entre ambos mundos de manera magistral. Y, ante todo, rebosa sinceridad y una estética visual admirable.

De la mano de Machuca, Gonzalo descubre el mundo desconocido de la solidaridad entre iguales, de la desigualdad y de la pobreza. De la mano de Gonzalo, Machuca descubre los tebeos del “Llanero Solitario”, las deportivas de marca y los guateques de los ricos.

Y ambos se asoman al sexo de la mano de la prima del segundo en una escena memorable que os cuelgo.



Y los dos niños primero, y los tres después se harán inseparables y venderán por cuenta del tío de Machuca banderas y distintivos pro-Pinochet a unos y pro-Allende a los otros, saltando de uno a otro lado del muro. Durante un instante, parece incluso que el muro se desvanece y ambos mundos pueden convivir.

Pero el golpe de Pinochet vuelve a hacer visible la muralla, y nos lleva a la escena previa al trágico desenlace final, en la que asistimos a la escena en que Machuca y su prima le cogen la bicicleta a Gonzalo, medio en serio medio en broma, y el tono de la conversación va subiendo hasta que Gonzalo cree que no se la van a devolver. Es entonces cuando sale el monstruo que lleva (que llevamos todos) dentro y cuando les grita transfigurado por la ira: ¡Ladrones! ¡Rojos! ¡Hijos de Puta!

Tremenda escena, muy parecida a la escena final de otra gran película, "La lengua de las mariposas"; se te hiela (se me heló) la sangre. Luego viene el golpe militar y la vuelta a la baja Edad Media, peor resuelta esta parte final a mi entender.

Con sus virtudes y sus defectos, me ha parecido una gran película, ya lo he dicho.

Cuando nuestro Pinochet dió su golpe de estado, mis padres no habían nacido, y cuando murió en la cama yo tenía siete años, mi único recuerdo es que tuve muchos días de vacaciones. Así que se puede decir que no sé lo que es vivir bajo la dictadura, ni en un clima de guerra civil. Ni ganas. Por otro lado, cuando vives del lado bueno del muro (como era y es mi caso), lo más normal es o que no te enteres; o que no quieras enterarte.

No somos mejores que nadie por tener ésto o aquello; o por llegar a ser fulanito o menganito. Oigo a mi alrededor: "fíjate, fulanito, dónde ha llegado". Y yo creo que eso ("llegar") no tiene (en sí) ningún mérito. Lo que importa es lo que haces y lo que te vas dejando por el camino; vamos decidiendo a cada instante en la medida en que podemos decidir, y en lo demás nos lleva el río de la vida que nos ha tocado.

Lo que tiene mérito es lo que hacen las personas a que me refiero con la etiqueta de "Mis héroes", como Ilse Weber (de la que hablamos hace unos días) -y otros de los que os hablaré. O los millones de héroes anónimos que no buscan el poseer, sino el dar. No somos mejores (en sí, intrínsecamente) que nadie. Y si lo somos, no es por lo que somos ni por lo que conseguimos o poseemos, sino por lo que damos; pero claro, el que da a menudo no se cree mejor que los demás. Y muchos de nosotros, o por lo menos yo, en alguna ocasión nos hemos creído, nos creemos, mejores que los demás. Luchamos contra ello, pero de tanto en cuanto nos sale la bestia que llevamos dentro. Por eso, para mantener a la bestia apaciguada, debemos repetirlo una y otra vez: no soy mejor que nadie, no soy mejor que nadie…

Os regalo dos joyas. Una, la Filarmónica de Berlín interpretando el Alegretto de la séptima de Beethoven:




Al frente de la orquesta, ese auténtico pedazo de historia de la música que es Claudio Abbado - a ver si puedo verle algún día en directo. Otro día hablaremos de él.

Y dos, una maravilla de poema que habla de las consecuencias de elegir.

CUANDO TÚ ME ELEGISTE - Pedro Salinas

Cuando tú me elegiste
-el amor eligió-
salí del gran anónimo
de todos, de la nada.
Hasta entonces
nunca era yo más alto
que las sierras del mundo.

Nunca bajé más hondo
de las profundidades
máximas señaladas
en las cartas marinas.
Y mi alegría estaba
triste, como lo están
esos relojes chicos,
sin brazo en que ceñirse
y sin cuerda, parados.

Pero al decirme: “tú”
a mí, sí, a mí, entre todos-,
más alto ya que estrellas
o corales estuve.
Y mi gozo
se echó a rodar, prendido
a tu ser, en tu pulso.

Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Viví, vivo. ¿Hasta cuándo?
Sé que te volverás
atrás. Cuando te vayas
retornaré a ese sordo
mundo, sin diferencias,
del gramo, de la gota,
en el agua, en el peso.

Uno más seré yo
al tenerte de menos.
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.

Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.



Lo que se puede llegar a hacer con menos de treinta letras si se juntan adecuadamente, ¿verdad?

Que tengáis un buen día.