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lunes, 4 de mayo de 2009

Que (me) dejen su sitio en el infierno



Hace muchos años, tenía menos de la mitad de los que tengo ahora, escuché este poema por primera vez, tanto me sedujo que acabé malcopiándolo; ahora, con el depósito de gasolina a medias, me vuelve a seducir – todavía no ha llegado esa hora en la que prácticamente puedes volver a hacer lo que te da la gana, pero cada vez está más cerca, y me lo noto en que cada vez me importa menos la opinión que la gente pueda tener de lo que un a-normal como yo dice, piensa o hace.

Brindo, como y con el poeta, a la salud de los normales, y les pido que me hagan un sitio en ese lugar que no existe fuera de este mundo y al que los poetas y los curas llaman el infierno; por cierto, dice mi mujer que antes estaba sonado y ahora no, pienso que es al revés pero tampoco importa demasiado.


FELICES LOS NORMALES - Roberto Fernández Retamar

Felices los normales, esos seres extraños,
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.



La voz de Margo Timmins nos susurra la canción de Bea (Bea’s song), empieza bien la noche que ahora empieza.



La foto está tomada ayer, en un lugar maravilloso del Pirineo catalán que no me atrevo a nombrar.

Que tengáis un buen día.

jueves, 30 de octubre de 2008

Cuando duele el alma

Tal día como hoy de hace dos años estaba a estas horas saliendo de la anestesia, con unos cuantos gramos de hueso menos en el cuerpo, y en su lugar unos cuantos gramos de titanio (más).

Recuerdo haber leído por primera vez este poema de Ángel Rodríguez en una de las semanas previas en el suplemento "Babelia" de El País; luego lo leí y releí muy a menudo en los interminables días que siguieron a la operación, porque refleja muy bien lo que sientes cuando no puedes valerte por ti mismo y tu cerebro paga (porque no le queda más remedio) el peaje que le exige el cuerpo herido y restañado; todo ello mientras nadas (mal) entre unas aguas borrosas que te hacen percibir el mundo exterior desde una íntima, profunda, inevitable y continua sensación de desvalimiento. Es entonces, cuando dejas de sentir dolor físico, cuando te das cuenta de lo que llega a doler el alma.

Caída (Ángel Rodríguez)

Y me vuelvo a caer desde mí mismo
al vacío,
a la nada.

¡Qué pirueta!
¿Desciendo o vuelo?
No lo sé.

Recibo
el golpe de rigor, y me incorporo.
Me toco para ver si hubo gran daño,
mas no me encuentro.

Mi cuerpo ¿dónde está?
Me duele sólo el alma.

Nada grave.


Nada grave; los versos tiene razón, como casi siempre. Hace ya dos años de eso.

Una de las canciones que escuchaba más a menudo en los primeros días de inmovilidad es esta preciosa “Bea’s Song” de los Cowboy Junkies --os dejo con la cálida, suave y húmeda voz de Margo Timmins.



Que tengáis un buen día.