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jueves, 25 de septiembre de 2008

Aleteos

Chopin compuso su segundo concierto para piano y orquesta en fa menor (que fue en realidad el primero que compuso) entre 1829 y 1830, así que tenía solamente veinte años cuando lo acabó. De este concierto me gusta la forma que tiene el piano de sobrevolar, "aleteando" y haciendo de eje en torno al que gira la orquesta.

Este aleteo se acentúa en el segundo movimiento, cuya parte central es dramática y a la vez misteriosa: los trémolos de los violines se alternan con (y alteran) los pizzicati de los instrumentos graves del cuarteto; y sobre todas la cuerdas aletea el recitado del piano, a modo de voz.

De todas la versiones que circulan, destaca ésta en la que un Rubinstein muy lejos de sus años jóvenes y virtuosos nos enseña lo que significa interpretar: ese proceso lento de interiorizar la partitura, sentir como la música te inunda y te llega muy dentro, y ese abandonarse y dejar que el corazón y las entrañas guíen los dedos por las teclas y la música sale de tí. Fijaos en su expresión: no es que se haya metido en la música, es que la música se ha metido en él y fluye y es parte de él.



Os dejo con un poema que a primera vista es todo lo contrario al segundo movimiento del concierto anterior.

Desde que el alba quiso ser alba (Miguel Hernández)

Desde que el alba quiso ser alba, toda eres
madre. Quiso la luna profundamente llena.
En tu dolor lunar he visto dos mujeres,
y un removido abismo bajo una luz serena.

¡Qué olor a madreselva desgarrada y hendida!
¡Qué exaltación de labios y honduras generosas!
Bajo las huecas ropas aleteó la vida,
y sintieron vivas bruscamente las cosas.

Eres más clara. Eres más tierna. Eres más suave.
Ardes y te consumes con más recogimiento.
El nuevo amor te inspira la levedad del ave
y ocupa los caminos pausados de tu aliento.

Ríe, porque eres madre con luna. Así lo expresa
tu palidez rendida de recorrer lo rojo;
y ese cerezo exhausto que en tu corazón pesa,
y el ascua repentina que te agiganta el ojo.

Ríe, que todo ríe: que todo es madre leve.
Profundidad del mundo sobre el que te has quedado
sumiéndote y ahondándote mientras la luna mueve,
igual que tú, su hermosa cabeza hacia otro lado.

Nunca tan parecida tu frente al primer cielo.
Todo lo abres, todo lo alegras, madre, aurora.
Vienen rodando el hijo y el sol. Arcos de anhelo
te impulsan. Eres madre. Sonríe. Ríe. Llora.


Pero sólo a primera vista, ¿verdad?

Que tengáis un buen día.

viernes, 1 de agosto de 2008

Hasta pronto



La foto se tomó en Jaipur (Rajastán, India) en enero de este año. Lo que véis es lo que me propongo hacer durante las próximas semanas con las personas y las personitas que más quiero en el mundo.

A modo de despedida de la mesa de trabajo que tengo delante, me regalo y os regalo una joya. No sé por qué me gusta tanto esta canción, supongo que porque me recuerda a las tres joyas que tengo en casa y también lo bien que me trata la vida de un tiempo a esta parte.





Y para leer, un poema precioso, otra auténtica joya - está escrito en la pared de una plaza del pueblo donde me podéis encontrar la semana que viene.

Nanas de la cebolla (Miguel Hernández)

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre su cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño;
nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.


Besos a todos y hasta pronto.