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jueves, 11 de diciembre de 2008

Querer, saber (lo innombrable)

Paciencia es todo lo que hay que tener para relajarse mientras esperas que pasen los 40 primeros segundos de esta grabación, que son los que tarda en sonar el cello de Mischa Maisky.




La semana que viene hará diez años que dije en voz alta: “SI, QUIERO”, saliendo así del gran anónimo. Mientras suena el cello de Maisky, pienso en el rasgo diferencial de este contrato tan atípico que es el matrimonio, y solamente se me ocurre que es el compromiso. Se parece a otros contratos de convivencia en que además hace falta paciencia para regar la planta con gestos, miradas, palabras y caricias – y también libertad, y mucha ilusión en hacerlo. Pero exige ese plus al que voy a llamar compromiso porque no soy capaz de encontrar una palabra mejor para definir ese estado del ánimo que te hace sentir que "sabes", que "comprendes" lo innombrable, y que te hace querer repetir "si, quiero", porque quieres. Se me antoja que lo demás viene antes, o después, porque bien es causa, bien consecuencia de ese compromiso.

También exige (a semejanza de otros contratos de convivencia que, al menos en abstracto, no son ni mejores ni peores) hambre de vida, y de música, y claro está, de poesía - como ésta que te dedico, que me dedico, que nos dedico.


POESÍA – Pedro Salinas

¿Tú sabes lo que eres
de mí?
¿Sabes tú el nombre?
No es
el que todos te llaman,
esa palabra usada
que se dicen las gentes,
si besan o se quieren,
porque ya se lo han dicho
otros que se besaron.

Yo no lo sé, lo digo,
se me asoma a los labios
como una aurora virgen
de la que no soy dueño.
Tú tampoco lo sabes,
lo oyes. Y lo recibe
tu oído igual que el silencio
que nos llega hasta el alma,
sin saber de qué ausencias
de ruidos está hecho.

¿Son letras, son sonidos?
Es mucho más antiguo.
Lengua de paraíso,
sanes primeros, vírgenes
tanteos de los labios,
cuando, antes de los números,
en el aire del mundo
se estrenaban los nombres
de los gozos primeros.

Que se olvidaban luego
para llamarlo todo
de otro modo al hacerlo
otra vez nuevo son
para el júbilo nuevo.
En ese paraíso
de los tiempos del alma,
allí, en el más antiguo,
es donde está tu nombre.

Y aunque yo te lo llamo
en mi vida, a tu vida,
con mi boca, a tu oído,
en esta realidad,
como él no deja huella
en memoria ni en signo,
y apenas lo percibes,
nítido y momentáneo,
a su cielo se vuelve
todo alado de olvido,
dicho parece en sueños,
sólo en sueños oído.

Y así, lo que tú quieres,
cuando yo te lo diga
no podrá serlo nadie,
nadie podrá decírtelo.
Porque ni tú ni yo
conocemos su nombre
que sobre mi desciende,
pasajero de labios,
huésped
fugaz de los oídos
cuando desde mi alma
lo sientes en la tuya,
sin poderlo aprender,
sin saberlo yo mismo.



Hoy sigo diciendo SI, QUIERO. Hoy sigo diciendo: t’estim. Que (nos) dure.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Martha Argerich y Mischa Maisky, Palau de la Música Catalana (11 de noviembre)



Segundo concierto del ciclo Ibercamera. La cosa promete, tocan Martha Argerich y Mischa Maisky. Entramos en el Palau a las ocho y veinte, con más de media hora de antelación. Buen comienzo.

No había escuchado nunca a la Argerich en directo, pero escucho sus discos desde que tengo uso de memoria. No es mi pianista favorita, pero no se puede negar que es un auténtico icono y una pianista dotada de una energía y una sensibilidad musical incendiarias. La Argerich ya hace muchos años que renunció a protagonizar recitales en solitario, prefiriendo compartir el escenario con otros músicos en una sesión de cámara o en un concierto con orquesta.

A Mischa Maisky no le conozco tanto, aunque su biografía impresiona: alumno de Mstislav Rostropóvich, con apenas 18 años ganó en Moscú el codiciado premio Tchaikovski, con lo que su ascenso internacional parecía imparable. Pero al negarse a hacer el servicio militar, su vida en la antigua URSS se convirtió en un calvario: pasó cuatro meses en prisión, 14 en un campo de trabajo y otros dos en un hospital psiquiátrico. Al salir, le dejaron emigrar a Israel, donde se rehizo como persona y como músico. En una ocasión dijo: "Desde entonces soy el violonchelista con más suerte de todo el planeta y un privilegiado, porque he podido aprender y actuar con músicos a los que admiro profundamente y compartir en libertad la emoción de la música con el público".

Y eso es exactamente lo que hicieron estos dos grandísimos músicos con los que allí estábamos: compartir su emoción por la música, su intuición y sus sentimientos.

El concierto empezó con las 7 variaciones sobre el duo "A los hombres que sienten amor" de Beethoven. Tocaron bien, paulatinamente mejor, juntos (más al final) pero por separado en toda la obra.

Tras la primera tanda de aplausos, cálidos y generosos, abordaron la Sonata para cello y piano op. 36 de Grieg. Y conforme se adentraban en la pieza, se fue produciendo el milagro; dejaron de tocar como dos músicos y empezaron a hacerlo como uno. A partir de una increíble técnica individual (que se les presume), interpretaron la pieza paulatinamente ensamblados, como dos amantes que paulatinamente se abandonan a sus sentimientos, olvidando quién es quién a partir de un momento dado que nadie sabría luego decir cuál fue para buscar la inspiración en el corazón de la música. Para hacer lo que muy pocos músicos saben, porque muy pocos pueden; porque no es algo que se enseñe, sino que es algo que se encuentra en la música cuando a fuerza de tocar y de tocar una pieza, ésta deja de ser de la persona que la compuso hace años, décadas o siglos para ser tuya, porque es parte de tí. Es entonces cuando el músico llega al alma de la música. Ars longa, vita brevis.

Más o menos así:






Luego vinieron Messiaen y Shostakovich. Del primero, la Louange à l'éternité de Jésus, escrita y estrenada en el campo de concentración de Görlitz en 1941. Pieza muy dura, en la que quizás por el descanso algo prolongado tras la sonata de Grieg, se mostraron poco conjuntados hasta casi el final.

Del segundo, la impresionante Sonata en re menor para cello y piano op. 40. A priori densa, mágica, dura a ratos y difícil de hilvanar. En manos de estos dos genios, música con mayúsculas. En especial, Maisky estuvo brillante en los matices y dulce en los finales.

Al final, la locura. La mitad del Palau puesta en pie y aplaudiendo como en las muy grandes ocasiones, mientras decenas de insensatos se retiraban - perdiéndose así las más asequibles pero igualmente increíbles interpretaciones que hicieron de Chopin y de Schumann. Igualmente maravillosos los dos bises con que nos obsequiaron.

Aplausos y más aplausos. Piel de gallina, sentimientos a flor de piel y sensación de felicidad. Ayer vimos cómo dos músicos excepcionales llegaban al alma de la música, compartiendo sus emociones con todos nosotros.

Bravo. Chapeau. Bravo de nuevo. Y gracias; por encima de todo, gracias a los dos. A vuestros pies.