Hoy me recordaba El País que pronto hará 25 años del asesinato de Enrique Casas. Yo tenía 17 años, la misma edad que tenía ese día su hijo Richard, quien presenció como un cobarde cabrón le pegaba a su padre 13 tiros por la espalda en el pasillo de su casa, frente a su habitación. Lo recuerdo como si fuera ayer.
El periodista firmante del artículo, Luis R. Aizpeolea, nos recuerda hoy que ésas ("sóis unos cobardes, cabrones") fueron las última palabras de Casas, dos segundos antes de los 13 tiros que siguieron al primer tiro en la cabeza y el segundo en la yugular. Nos recuerda también que desde el PSE telefonearon al entonces obispo de San Sebastián, monseñor Setién, para pedirle la catedral del Buen Pastor para celebrar el funeral, y que monseñor se negó con el argumento de que los funerales debían celebrarse en la parroquia correspondiente "pues si hacía una excepción, se la podrían pedir también los familiares de los etarras muertos".
Hace 25 años que Enrique Casas no está entre nosotros. Siguen entre nosotros su asesino -que salió de la cárcel en 2001, tras cumplir 17 de los 50 años de prisión a los que fue condenado- y monseñor. Dos cobardes cabrones vivos, y un hombre valiente muerto. De los dos cobardes no merece la pena hablar, no sea que se les recuerde más de lo necesario: nada.
Del valiente, en cambio sí. Porque esos seres cada vez más raros no dejan de ser personas que convivían con nosotros no hace muchos años. Porque no es lo mismo ser uno "de los buenos" que ser uno "de los malos".
Los buenos. Esa raza en vías extinción a los que casi no vemos, ni oímos, ni leemos. Esos seres que creen que su deber es decir la verdad, su verdad, para que se oiga bien alta y acaso se escuche, y que están dispuestos a defender su verdad a costa de la propia vida, pero no de la ajena.
¿Dónde están? ¿dónde están sus voces? Hace tiempo que no las oigo, quizás es que no escucho.
Esta tarde venían a mi memoria unos versos que aprendí en el colegio por aquel entonces, quizás un año antes, y que habla del silencio y la desnudez del mundo cuando los buenos parecen no existir y los malos campan a sus anchas - son líneas escritas por un poeta derrotado que cruza la frontera con Francia en un frío y nevado febrero de 1939.
DESNUDA ESTÁ LA TIERRA - Antonio Machado
Desnuda está la tierra,
y el alma aúlla al horizonte pálido
como loba famélica. Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
Amargo caminar, porque el camino
pesa en el corazón. El viento helado,
y la noche que llega, y la amargura
de la distancia!
En el camino blanco
algunos yertos árboles negrean;
en los montes lejanos
hay oro y sangre.
El sol murió...
¿Qué buscas, poeta,
en el ocaso?
Tristes tiempos de borregos adocenados y miméticos. Salgamos de nuestro estante, de nuestro cajón, de nuestra celda, de nuestro estúpido estado de embriaguez autocomplaciente. Os dejo con estas maravillosas Variaciones Diabelli-
- y os deseo de corazón que tengáis una buena semana.
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1 comentario:
Haces muy bien en recordar los hechos, pués los inocentes se merecen al menos estar en la memoria colectiva, no sólo en el dolor de sus familiares.
Bellísimo poema de Machado. Un beso y que pases un buen día.
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