domingo, 12 de septiembre de 2010

Cuando el día va de caída




Estos días he tenido que ir a un par de entierros. El primero era el de un cliente de toda la vida. Sabía que tenía cáncer, pero pensaba que lo estaba superando: no fue así. No conocía a su familia, pero a lo largo de los años había calado en mí su entereza de hombre bueno, generoso y recto, menos preocupado por sí que por los demás, y decidí ir al funeral. Me llamó la atención lo que dijeron sus hijos, cuando leyeron unas líneas a modo de panegírico: que su padre había sido un hombre bueno, generoso y recto, menos preocupado por sí que por los demás. Joder.

El segundo era del padre de un amigo, la persona y la carta de sus hijos fueron muy similares al del primero.

Recordé lo que me había dicho un amigo hacía escasamente un mes. Estaba atravesando un momento difícil en la vida; su mujer le dijo que se fiara de un compañero de trabajo determinado y que hiciera lo que le aconsejara. La razón: ambos matrimonios habían coincidido el verano anterior durante unos días, y ella - le dijo - se había fijado en que el compañero de trabajo en cuestión trataba bien a su mujer y a sus hijos. Le dijo que alguien que trataba así a su familia era necesariamente de fiar. Luego mi amigo me contó que la razón por la que su hoy mujer (entonces novia) se había enamorado de él era esa, por la manera en que mi amigo trataba a su familia - un hombre así, se dijo su entonces novia, es el padre que quiero para mis hijos.

Decía Machado que el camino no existe, que se hace al andar. Unos caminan fuerte, a veces miran lo que pisan por si mancha, las más ni se preocupan de qué o quién queda bajo sus pies; dejan huellas violentas en la tierra, en la arena en el barro, huellas que tarde o temprano borran el viento, la lluvia o simplemente el tiempo. Otros pasean por vida sin empujar, y tan solo dejan de vez en cuando huellas que no pretenden en los recuerdos de la gente con la que se cruzan; huellas en el alma, en el recuerdo, huellas invisibles e indelebles.

Son ese tipo de gente que se portan igual en casa que fuera. Son ese tipo de gente que querrías que cuidara a tus hijos si tú faltas. Son ese tipo de gente que quieres tener a tu lado cuando el día va de caída. Tomando a préstamo palabras de Octavio Paz, ese tipo de gente capaz de oír los pensamientos, de ver lo que decimos, de tocar el cuerpo de la idea.

Ese tipo de gente a quienes aspiras a parecerte, gente que no tiene miedo a la vida y por tanto tampoco a ese trance de la vida que tenemos que afrontar en soledad y que es el paso a lo que viene después, porque saben que la muerte no existe (sigo con el préstamo: ...los ojos se cierran; las palabras se abren).

Johnny Cash nos enseña cómo convertir una buena canción de otro (en este caso, de otra) en una obra maestra - saliendo del segundo entierro, empecé a pasear, me enchufé el ipod, le dí al "aleatorio" y sonó: casualidad o causalidad.





Hora de las velas. Que tengáis un buen día.

1 comentario:

Ginebra dijo...

Pues es algo triste este post, más que nada porque cuando alguien de ésos que dejan huella en la gente por el recuerdo y por sus acciones en vida, uno no deja de sentirse acongojado y es que de ésos tipos cada vez quedan menos, como diría cualquiera...
Yo creo que sí que quedan, gente de ésa que camina sin aplastar, sin prisas y que son iguales en casa y en la calle, lo que ocurre es que son "invisibles" para la mayoría (como debe ser también)...
Besos