viernes, 13 de junio de 2008

Machuca (no soy mejor que nadie)



Esta película se inicia en el Chile de Allende y concluye en el de Pinochet, y su hilo conductor son dos niños, Gonzalo Infante y Pedro Machuca. Gonzalo es un “niño bien” de tez muy blanca, y Machuca es un chabolista de tez oscura; el primero vive en barrios altos, y el segundo en una favela, separados por la distancia que recorren una y otra vez a lo largo de la película en la bicicleta del primero.

Machuca y Gonzalo comparten clase porque el director de un elitista colegio religioso impulsa un sistema de becas con la idea de abrir la escuela a los menos favorecidos. A través de la mirada de ambos niños, la película pretende ser un retrato de la sociedad chilena al final del gobierno de Salvador Allende.

La película cae algo en el estereotipo, y simplifica en exceso a nivel de diálogos, pero tiene la virtud de enlazar las historias de los niños con la lucha de clases que representan, y a la vez trazar líneas paralelas entre ambos mundos de manera magistral. Y, ante todo, rebosa sinceridad y una estética visual admirable.

De la mano de Machuca, Gonzalo descubre el mundo desconocido de la solidaridad entre iguales, de la desigualdad y de la pobreza. De la mano de Gonzalo, Machuca descubre los tebeos del “Llanero Solitario”, las deportivas de marca y los guateques de los ricos.

Y ambos se asoman al sexo de la mano de la prima del segundo en una escena memorable que os cuelgo.



Y los dos niños primero, y los tres después se harán inseparables y venderán por cuenta del tío de Machuca banderas y distintivos pro-Pinochet a unos y pro-Allende a los otros, saltando de uno a otro lado del muro. Durante un instante, parece incluso que el muro se desvanece y ambos mundos pueden convivir.

Pero el golpe de Pinochet vuelve a hacer visible la muralla, y nos lleva a la escena previa al trágico desenlace final, en la que asistimos a la escena en que Machuca y su prima le cogen la bicicleta a Gonzalo, medio en serio medio en broma, y el tono de la conversación va subiendo hasta que Gonzalo cree que no se la van a devolver. Es entonces cuando sale el monstruo que lleva (que llevamos todos) dentro y cuando les grita transfigurado por la ira: ¡Ladrones! ¡Rojos! ¡Hijos de Puta!

Tremenda escena, muy parecida a la escena final de otra gran película, "La lengua de las mariposas"; se te hiela (se me heló) la sangre. Luego viene el golpe militar y la vuelta a la baja Edad Media, peor resuelta esta parte final a mi entender.

Con sus virtudes y sus defectos, me ha parecido una gran película, ya lo he dicho.

Cuando nuestro Pinochet dió su golpe de estado, mis padres no habían nacido, y cuando murió en la cama yo tenía siete años, mi único recuerdo es que tuve muchos días de vacaciones. Así que se puede decir que no sé lo que es vivir bajo la dictadura, ni en un clima de guerra civil. Ni ganas. Por otro lado, cuando vives del lado bueno del muro (como era y es mi caso), lo más normal es o que no te enteres; o que no quieras enterarte.

No somos mejores que nadie por tener ésto o aquello; o por llegar a ser fulanito o menganito. Oigo a mi alrededor: "fíjate, fulanito, dónde ha llegado". Y yo creo que eso ("llegar") no tiene (en sí) ningún mérito. Lo que importa es lo que haces y lo que te vas dejando por el camino; vamos decidiendo a cada instante en la medida en que podemos decidir, y en lo demás nos lleva el río de la vida que nos ha tocado.

Lo que tiene mérito es lo que hacen las personas a que me refiero con la etiqueta de "Mis héroes", como Ilse Weber (de la que hablamos hace unos días) -y otros de los que os hablaré. O los millones de héroes anónimos que no buscan el poseer, sino el dar. No somos mejores (en sí, intrínsecamente) que nadie. Y si lo somos, no es por lo que somos ni por lo que conseguimos o poseemos, sino por lo que damos; pero claro, el que da a menudo no se cree mejor que los demás. Y muchos de nosotros, o por lo menos yo, en alguna ocasión nos hemos creído, nos creemos, mejores que los demás. Luchamos contra ello, pero de tanto en cuanto nos sale la bestia que llevamos dentro. Por eso, para mantener a la bestia apaciguada, debemos repetirlo una y otra vez: no soy mejor que nadie, no soy mejor que nadie…

Os regalo dos joyas. Una, la Filarmónica de Berlín interpretando el Alegretto de la séptima de Beethoven:




Al frente de la orquesta, ese auténtico pedazo de historia de la música que es Claudio Abbado - a ver si puedo verle algún día en directo. Otro día hablaremos de él.

Y dos, una maravilla de poema que habla de las consecuencias de elegir.

CUANDO TÚ ME ELEGISTE - Pedro Salinas

Cuando tú me elegiste
-el amor eligió-
salí del gran anónimo
de todos, de la nada.
Hasta entonces
nunca era yo más alto
que las sierras del mundo.

Nunca bajé más hondo
de las profundidades
máximas señaladas
en las cartas marinas.
Y mi alegría estaba
triste, como lo están
esos relojes chicos,
sin brazo en que ceñirse
y sin cuerda, parados.

Pero al decirme: “tú”
a mí, sí, a mí, entre todos-,
más alto ya que estrellas
o corales estuve.
Y mi gozo
se echó a rodar, prendido
a tu ser, en tu pulso.

Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Viví, vivo. ¿Hasta cuándo?
Sé que te volverás
atrás. Cuando te vayas
retornaré a ese sordo
mundo, sin diferencias,
del gramo, de la gota,
en el agua, en el peso.

Uno más seré yo
al tenerte de menos.
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.

Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.



Lo que se puede llegar a hacer con menos de treinta letras si se juntan adecuadamente, ¿verdad?

Que tengáis un buen día.

1 comentario:

Ginebra dijo...

Me ha encantado este post y como amante del cine, buscaré esta película que propones, porque no tuve el placer de verla. Una crítica bien escrita y convincente. Un beso