Paciencia es todo lo que hay que tener para relajarse mientras esperas que pasen los 40 primeros segundos de esta grabación, que son los que tarda en sonar el cello de Mischa Maisky.
La semana que viene hará diez años que dije en voz alta: “SI, QUIERO”, saliendo así del gran anónimo. Mientras suena el cello de Maisky, pienso en el rasgo diferencial de este contrato tan atípico que es el matrimonio, y solamente se me ocurre que es el compromiso. Se parece a otros contratos de convivencia en que además hace falta paciencia para regar la planta con gestos, miradas, palabras y caricias – y también libertad, y mucha ilusión en hacerlo. Pero exige ese plus al que voy a llamar compromiso porque no soy capaz de encontrar una palabra mejor para definir ese estado del ánimo que te hace sentir que "sabes", que "comprendes" lo innombrable, y que te hace querer repetir "si, quiero", porque quieres. Se me antoja que lo demás viene antes, o después, porque bien es causa, bien consecuencia de ese compromiso.
También exige (a semejanza de otros contratos de convivencia que, al menos en abstracto, no son ni mejores ni peores) hambre de vida, y de música, y claro está, de poesía - como ésta que te dedico, que me dedico, que nos dedico.
POESÍA – Pedro Salinas
¿Tú sabes lo que eres
de mí?
¿Sabes tú el nombre?
No es
el que todos te llaman,
esa palabra usada
que se dicen las gentes,
si besan o se quieren,
porque ya se lo han dicho
otros que se besaron.
Yo no lo sé, lo digo,
se me asoma a los labios
como una aurora virgen
de la que no soy dueño.
Tú tampoco lo sabes,
lo oyes. Y lo recibe
tu oído igual que el silencio
que nos llega hasta el alma,
sin saber de qué ausencias
de ruidos está hecho.
¿Son letras, son sonidos?
Es mucho más antiguo.
Lengua de paraíso,
sanes primeros, vírgenes
tanteos de los labios,
cuando, antes de los números,
en el aire del mundo
se estrenaban los nombres
de los gozos primeros.
Que se olvidaban luego
para llamarlo todo
de otro modo al hacerlo
otra vez nuevo son
para el júbilo nuevo.
En ese paraíso
de los tiempos del alma,
allí, en el más antiguo,
es donde está tu nombre.
Y aunque yo te lo llamo
en mi vida, a tu vida,
con mi boca, a tu oído,
en esta realidad,
como él no deja huella
en memoria ni en signo,
y apenas lo percibes,
nítido y momentáneo,
a su cielo se vuelve
todo alado de olvido,
dicho parece en sueños,
sólo en sueños oído.
Y así, lo que tú quieres,
cuando yo te lo diga
no podrá serlo nadie,
nadie podrá decírtelo.
Porque ni tú ni yo
conocemos su nombre
que sobre mi desciende,
pasajero de labios,
huésped
fugaz de los oídos
cuando desde mi alma
lo sientes en la tuya,
sin poderlo aprender,
sin saberlo yo mismo.
Hoy sigo diciendo SI, QUIERO. Hoy sigo diciendo: t’estim. Que (nos) dure.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Querer, saber (lo innombrable)
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