sábado, 6 de septiembre de 2008

Posos

Así tocaba György Cziffra a la edad de 13 años. Era 1934.



Cziffra había nacido nació en 1921 una familia de gitanos húngaros. Su padre tocaba en cabarés y restaurantes, y procuró muy pronto convertirlo en un "niño prodigio". A los nueve años ingresó en la Academia Franz Liszt de Budapest, y pronto realizaba sus primeras giras de conciertos. Los compositores que tocaba preferentemente eran, principalmente con motivo de su excelente técnica, Franz Liszt, Frédéric Chopin y Robert Schumann.

La primera versión de las polonesas de Chopin que recuerdo haber escuchado es la suya, grabada con el sello Philips. No la han remasterizado, así que conservo como una joya heredada el vinilo comprado por mis padres en 1966 previo desembolso de 300 pesetas: suma que imagino enorme, porque el precio consta escrito a mano junto a la fecha en el margen superior de la contraportada.

Recuerdo perfectamente la impresión que me producía el ritual mágico de poner un disco en el salón de casa: levantar la palanca del giradiscos, sujetar el disco por los cantos ("nunca pongas los dedos en los surcos"), cuadrar el disco y darle a la palanca hasta la posición "automatic" para ver como mágicamente se deslizaba el disco por el alma y luego se posaba milagrosamente la aguja en ese espacio diminuto previo a los microsurcos. Recuerdos, cosas que quedan.

Si queréis conocer las virtudes de este gran pianista, podéis acudir a un álbum publicado hace unos años por EMI bajo el título de "Les Introuvables de Cziffra", donde se recuperan sus grabaciones realizadas del 57 al 81.



Los críticos malvados le tachaban de "pianista de disco"; venían a decir que en directo perdía. Yo no llegué a escucharle, pero las grabaciones de sus conciertos vienen a confirmar que detrás de muchos críticas se esconde una frustración y que la envidia no es pecado privativo de ninguna nacionalidad. Para muestra un botón:



Pero no todo fueron vino y rosas en la vida de nuestro héroe de hoy. Con dieciocho años cumplidos, y con todas las puertas abiertas para ser un concertista internacional, estalló la segunda guerra mundial. Fue así movilizado y pasó cuatro años en el frente y un año más detenido en un campo como prisionero de guerra.

Acabada la guerra, se topó con el veto del nuevo dominador, y durante unos años tuvo que ganarse la vida como pianista de jazz en bares y clubes nocturnos. Su intento de escapar de una Hungría dominada por la Unión Soviética le llevó a pasar tres años en campos de trabajo (1950-1953).

Cuatro años en un campo de trabajo. Luego perdió a su único hijo en un accidente, sobreviviéndole una década. Recuerdo haber leído una entrevista en la que le preguntaba por el sentido de su vida, a lo que respondía algo así como que el sentido de su vida es la música, porque era lo único que le había quedado en demasiadas ocasiones.

En un par de ocasiones he tenido la sensación de la muerte inminente: la segunda de ellas, cerré los ojos y se activó la tecla del "play" de mi cerebro; no me acuerdo qué sonó, pero aquella música que debe estar con otras en las partes aparentemente anestesiadas de mi cerebro, me tranquilizó y me dió serenidad para cruzar la puerta que creía se abría ante mi. Como es de ver, resultó que no era mi día; pero a posteriori, siempre me ha asombrado esa reacción que tuve de...¿supervivencia?


Me gusta lo que dice su mirada en la foto que os he colgado; aunque no sé muy bien lo que es.



Huelga decir que a mi también me redime la música. Y todo aquello que nos sobrevive, esas cosas que quedan cuando ya no estamos aquí, esos posos que quedan en el fondo de la taza. Y la poesía, por ejemplo este poema de Salinas.

HORIZONTAL, SÍ, TE QUIERO

Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de la cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día - ya tan cansado
de estar con su luz, derecho -
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el transamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tú y yo, de nosotros mismos.


Que tengáis un buen fin de semana.

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